Antes de nada, permítaseme la licencia:



Éste es un breve relato de cómo llegue a ser algo más que aficionado a la música clásica.
No tengo formación musical más allá de unas paupérrimas nociones, aunque quizá sí una especial predilección para con lo sutil.
Animo a quien tenga inquietudes siga leyendo, aunque haría mejor buscando algún experto.

Escribo de memoria, así que olvidaré y confundiré de parte de lo ocurrido.
Fue inmerso en mis dos décadas cuando la escucha de lo mismo (principalmente Led Zeppelin, habiendo pasado por Queen, y picoteando muy selectivamente entre algunas de las grabaciones de Black Sabbath, S&M de Metallica, Judas Priest, Pink Floyd, Hendrix, Clapton y no mucho más), propició un periodo de hastío para con la música, por repetitivo. Intenté entonces abrir el abanico a nuevos grupos.

Escuché discografías completas de los que antaño me satisfacían y de lo más variopinto:
Bruce Springsteen, Tina Turner, James Brown, ELO, Satriani, Vai, AC/DC, Gun’s’Roses, &c.
Pero todo aquello ya me sonata soporíferamente familiar. Mismas escalas, mismas melodías, refritos todos.
Lo cierto es que fue una época triste, no poder disfrutar de la música. Así que cavilé que si la tradición ha establecido a los grandes nombres de la música clásica como genios, era hora de acercarse a sus obras.

Criado en un entorno sin ninguna afinidad al respecto, escuché la emisora nacional de música clásica. Durante ese periodo, lo único que me llamó la atención fue una grabación que apunté en trozo de papel:
«Pasión según San Mateo», Johann Sebastian Bach.

Era la obertura, y me pareció -y era- la música más bella que jamás había escuchado, BWV 244:


 
La grabación anterior es de Karl Richtser, algo que todo el mundo debiera poseer (enlace aquí ).
 

Presto compré la primera que me topé, y me pareció insoportable. Abreviando, pasado bastante tiempo he comprendido que era una grabación -con con «instrumentos de la época», de un director especialmente torpe.
Dos cosas que rehuyo en la actualidad.
La única obra que me agradó, obviando las de Bach, fue el concierto para violín y orquesta, OP 61, de Ludwig van Beethoven (otro DVD por Karajan y Mutter que recomiendo, enlace aquí ):

Para los que hayan tocado algún instrumento de cuerda, o gusten de las sutilezas, podrán gozar en el video anterior de la polifonía conseguida con el violín durante la cadencia («el solo» del minuto 21 para los «no clásicos»).

Me propuse expandir fronteras, y escuché casi enfermizamente las 32 sonatas de Beethoven durante muchos meses.

Las interpretó el sublime virtuoso chileno Claudio Arrau (han de poseerse, enlace aquí )
 
Una pequeña muestra de los dos genios:
 

 
Y no me extraña lo más mínimo que Beethoven no compusiese ninguna sonata más tras la número 32, OP 111:
 

 
Acabo de recordar, que antes de ellas, pude gozar con el concierto para piano y orquesta nº 5, OP 71, «Emperador»:
 

 
Enlace aquí
 
No voy a aburrir más con los pasos dados, simplemente dejo unos enlaces a obras que ahora mismo me vienen a la mente de Wolfgang Amadeus Mozart:
 

 
Por el maestro del fraseo, Wilhelm Furwängler:
 

 
Dies Irae:
 

 
y éste de Verdi por Claudio Abbado:
 

 
bien vale el movimiento ser escuchado de nuevo por Herbert von Karajan:
 

 
 
Franz Schubert, Berlioz, Abbado y Anne Sofie von Otter sobre el poema homónimo de Johann Wolfgang von Goethe.
Erlkönig, D.328, Op.1, simplemente diré que si no se conoce la obra, se escuche por primera vez sin leer los subtítulos:
 

 
Finalicemos retomando a Mozart:
 

 
 
Ya mencioné la sutileza, esta música requiere al menos de estos auriculares (pocas aficiones pueden dar tanto por tan poco dinero):


– CONTINUARÁ –

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